miércoles, 15 de febrero de 2012

Alimentación y longevidad

¿A quién no le gustaría ser siempre joven? Este es un deseo universal y la ciencia siempre ha estado investigando qué factores comparten las personas más longevas del mundo. Ya que estas personas son de diferentes nacionalidades, no comparten las mismas costumbres socio-culturales y tienen niveles económicos distintos, está claro que encontrar elementos comunes en todas ellas relacionados con una mayor longevidad abre una puerta a que se realicen investigaciones en este sentido.

La realidad es que existe actualmente una gran discusión entre la comunidad científica (biólogos, genetistas, demógrafos...) sobre los limites de la longevidad máxima para una especie. La pregunta está en si hay un límite máximo predeterminado biológicamente o mejorando las condiciones se puede aumentar la esperanza de vida y retrasar la mortalidad. Lo cierto es que cada vez que se fija una edad teórica de supervivencia humana, la realidad los supera.

Uno de los factores comunes que comparten todas estas personas que han vivido más de 100 años es una restricción calórica habitual en su alimentación. Ésta se caracteriza por una reducción de las calorías (aproximadamente del 25-30%) sin desnutrición, es decir, aportando todos los nutrientes necesarios para la vida. Además, esta restricción no se da en momentos puntuales sino que es una manera de alimentarse permanentemente.

Las ventajas a nivel corporal de seguir esta pauta de alimentación son muchas y todas ellas explican porque se logra aumentar la esperanza de vida: no se padece obesidad, disminuyen las enfermedades como la diabetes y la hipercolesterolemia, como resultado, se tienen menos probabilidades de sufrir problemas cardíacos; disminuyen las enfermedades de los riñones, menos riesgo de osteoporosis, se refuerza el sistema inmunitario, hay menos estrés oxidativo y se protege la función cerebral disminuyendo también el riesgo de padecer Alzheimer.

Aunque todos ellos son importantes, quizás los tres últimos aspectos tienen una incidencia mayor a la hora de alargar nuestra vida. Por un lado, está demostrado que con una restricción calórica adecuada se potencia el sistema inmunitario, una respuesta evolutiva frente a la escasez de alimentos. Aparte, disminuye el daño oxidativo que se genera de la transformación de los alimentos en energía. La acumulación de daño oxidativo está relacionado con el envejecimiento, degeneración de tejidos y mayor riesgo de mutaciones genéticas. Y por último, también se ha observado que comer menos protege nuestro cerebro preservando las funciones cognitivas.

A nivel genético, reducir el consumo de calorías también tiene beneficios. Parece ser que en esta situación, se activan unas enzimas llamadas sirtuinas que son las responsables de regular el metabolismo celular a través de la regulación de la expresión de algunos genes. Se ha observado que las sirtuinas serían capaces de reparar el ADN  de mutaciones peligrosas en un proceso conocido como "silenciamiento genético". También serían las sirtuinas las responsables de fortalecer la plasticidad sináptica - las conexiones entre neuronas-  favoreciendo los procesos de aprendizaje y la memoria.

Todo esto se ha comprobado ampliamente en animales. Por ejemplo, en ratas de laboratorio se ha observado que una restricción del 40-50% de calorías alarga hasta un 50% la vida. Con restricciones del 60% de la energía, las ratas morían de inanición. También a nivel celular se observaron cambios. Mientras que, a edades avanzadas, las ratas sin restricción calórica ocupaban la mayor parte de la actividad genética en reparar daños por oxidación, las ratas con restricción de calorías la ocupaban en la síntesis de proteínas nuevas.

En humanos, los estudios llevados a cabo, muestran resultados aún controvertidos, sin embargo, siguen la misma dirección que en los estudios con animales. A nivel observacional tampoco podemos ver una relación clara, pues actualmente, las poblaciones que siguen una alimentación hipocalórica, también sufren desnutrición con déficit en vitaminas y minerales. Una excepción que nos confirma todo lo anteriormente citado sería la población de la isla japonesa de Okinawa, caracterizada por la longevidad de sus habitantes. Ellos consumen aproximadamente un 70% de las calorías totales que ingiere un japonés medio y su dieta se basa sobre todo en el consumo de abundantes vegetales y pescado. Además, tienen una costumbre muy particular que también se observa en otras personas centenarias: no comer nunca hasta quedar satisfecho, si no quedarse siempre con un poco de hambre.

Para finalizar os dejo la fotografía de la persona más longeva documentada científicamente, Jeanne Calment, una francesa que logró vivir 122 años y 164 días.

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